Ángel Pestaña: “Movimiento sindical y político en España”, Pravda, 1920.

El historiador Andrey Fedorov, arqueólogo especialista del Metropolitan Archaeological Bureau de Moscú, encuentra y traduce dos artículos que el anarcosindicalista leonés Ángel Pestaña publicó en el diario Pravda durante su viaje al Segundo Congreso de la Internacional Comunista, en el verano de 1920.

Es bastante conocido que Pestaña se llevó una pésima impresión de la revolución rusa en general. Lo mismo que sobre el Congreso en particular. La decepción del berciano fue tremenda al barruntar que los acuerdos allí adoptados estaban preparados de antemano. Pudo comprobar la inexistencia de actas y que no se respetaba el voto por países ni los 10 minutos de intervención de los delegados,tal y como se había acordado al principio. Además, la traductora se cansaba mucho al hablar 4 idiomas, ralentizando el ritmo, por lo que el leonés propuso el esperanto como idioma auxiliar. Nunca obtuvo respuesta.

En adelante se abstuvo en todas las votaciones y sólosubió a la tribuna para declarar que él representaba a un sindicato antipolítico. Comparando lo que presenció con el funcionamiento del Parlamento español, escribió:“Suprimamos el presidente del Congreso y pongamos en su lugar los componentes del banco azul, y tenéisorganizado un Congreso con su Praesidium” (Pestaña, Memoria al Comité Nacional de la CNT de su gestión como Delegado en el II Congreso de la Tercera Internacional, 1921).

Consideraba, por otro lado, que las normas morales que regían la conducta de los representantes extranjeros eran profundamente burguesas, lo cual no dudó en reprochar al mismísimo Lenin durante el transcurso de una entrevista:

¿Con qué derecho hablan de fraternidad esos delegados, que apostrofan, insultan e injurian a los hombres de servicio en el hotel, porque no están siempre a punto para satisfacer sus más insignificantes caprichos? A hombres y mujeres del pueblo los consideran servidores, criados, lacayos, olvidando que acaso alguno de ellos se haya batido y expuesto su vida en defensa de la revolución. ¿De qué les ha servido? Cada noche, igual que si viajaran por países capitalistas, ponen sus zapatos en la puerta del cuarto para que el “camarada” servidor del hotel se los limpie y embetune. ¡Hay para reventar de risa con la mentalidad “revolucionaria” de esos delegados!

Pestaña, Setenta días en Rusia, lo que yo vi, 1924.

El 7 de septiembre comenzará su viaje de vuelta y, tras ser detenido y encarcelado en Italia durante unas semanas, volverá a ser apresado en cuanto pise Barcelona, el 7 de enero de 1921. 

Su juicio, acorde con el parecer del anarcosindicalistafrancés Gastón Leval, asistente un año después al siguiente congreso de la Internacional Comunista en representación de la CNT, fue decisivo para que el anarcosindicalismo español deshiciera sus vínculos con la Internacional Comunista en la Conferencia de Zaragoza (1922). Sin embargo, conviene remarcar que la suya fue una decisión muy meditada; tanto fue así, que aún mantendría la necesidad de permanecer en la Internacional Comunista mientras no se encontrara otra manera más eficaz de ayudar al pueblo ruso.

Pasemos, pues, a reproducir el texto “Movimiento sindical y político en España”.

Caricatura aparecida en Mundo Gráfico en los años 30

Me gustaría describir en estas breves líneas la situación de la clase trabajadora en España, su movimiento sindical y político, para dar una idea de todo esto a los lectores de Pravda y a los trabajadores rusos.

En España, como en todos los demás países, hay dos corrientes entre el proletariado: la revolucionaria y la reformista. La primera trabaja bajo tierra y promueve la propaganda entre los trabajadores industriales y campesinos a través de la Confederación Nacional del Trabajo, una organización sindicalista-revolucionaria cuyo bastión principal se encuentra en Barcelona. Esta organización, que se basa en el punto de vista del comunismo y la lucha de clases revolucionaria, a fines de 1917 contaba con 70 mil adherentes, mientras que el último Congreso de la Confederación, celebrado en diciembre de 1919, contó con la asistencia de 525 delegados de toda España en representación de un millón de trabajadores. Así, la Confederación Nacional del Trabajo logró unir a casi toda la clase obrera de España en dos años, gracias a sus actividades y métodos de lucha.

Pero el gobierno español, alentado e inspirado por la burguesía, hizo todo lo posible para obstaculizar los éxitos de la organización sindicalista-revolucionaria; una semana después del congreso, a finales de diciembre, prohibió a la CNT y arrojó a los combatientes más populares a las cárceles, donde todavía están.

El celo con el que el gobierno español cumple su tarea, y cómo protege los intereses de la burguesía, puede juzgarse por el hecho de que más de 500 de nuestros camaradas están languideciendo en prisión, a pesar de que hemos logrado arrebatar a muchos de ellos de manos de la policía y gendarmes.

La CNT, obligada a trabajar ilegalmente debido a la persecución a la que ha sido sometida durante los últimos dos años, y dado que está prohibido trabajar legalmente, ha crecido en número, ha fortalecido su espíritu revolucionario, y así se convirtió en guía de un movimiento de liberación que difundió la clase obrera y los trabajadores de España.

Además de la CNT, en España existe la Unión General de Trabajadores, una organización sindical que se basa en el punto de vista reformista y es una rama del Partido Socialista español. Para mayor claridad, hablemos primero del Partido Socialista.

Fundado en 1890*, gozó de muy poca influencia entre el proletariado español. Si siguió existiendo, fue solo por la Unión General de Trabajadores. En los últimos años antes de la guerra, sin embargo, había crecido en número e influencia. Pero la guerra, primero, y luego la revolución rusa, mostraron cuán engañoso era el poder de este partido. Su crecimiento en los últimos años se ha hecho a expensas de los pequeños elementos burgueses, quienes, considerándose grandes demócratas, se declararon partidarios de la Entente; éstos eran la mayoría; algunos incluso hablaron a favor de la intervención, rompiendo con su pasado supuestamente socialista.

La guerra fue seguida por la revolución rusa, que produjo un efecto completamente opuesto en las filas del Partido Socialista español. El hecho de que los líderes del partido se declararan solidarios con las democracias de los países de la Entente impresionó a amplios círculos del partido, aunque no sacudió su unidad; pero cuando el partido se declaró neutral en relación con la revolución rusa, y a veces incluso la atacó, se formó una facción de izquierda, que comenzó a hacer más y más demandas al partido, insistiendo en que este último se declarara solidario con la causa de la revolución que tiene lugar en Rusia.

Pero todos los esfuerzos de estos camaradas se vieron afectados por el comportamiento del Comité Central, y en el último Congreso del partido, celebrado en Madrid en diciembre de 1919, la resolución de unirse a la Tercera Internacional fue rechazada, aprobándose la resolución de los llamados «reinstaladores» (Estrasburgo).

A partir de ese momento, una lucha feroz comenzó en las filas del partido, lo que de hecho llevó a que las Juventudes socialistas, que habían estado luchando para unirse a la Tercera Internacional, decidieran abandonar el partido y formar el Partido Comunista Español, que, desde su inicio, se unió a la Tercera Internacional.

Pero la lucha en el seno del Partido Socialista no terminó: a finales de junio, en un Congreso Extraordinario del partido, una mayoría bastante débil adoptó una resolución para unirse a la Tercera Internacional.

Y la Unión General de Trabajadores sigue al partido: hablar del partido significa hablar de ella.

En resumen, hay que decir que todas las fuerzas verdaderamente revolucionarias de España, la CNT y el nuevo Partido Comunista, deben ir de la mano en la lucha por la liberación del proletariado español.

ÁNGEL PESTAÑA

Pravda, nº163, 25.07.1920, Moscú.


* Pestaña se equivoca al fechar la creación del PSOE en 1990, ya que se fundó en 1879.

Ángel Pestaña, “El movimiento de mujeres en España”, Pravda, 1920.

Texto publicado originalmente en El Obrero. Defensor de los trabajadores (elobrero.es).

El historiador Andrey Fedorov, arqueólogo especialista del Metropolitan Archaeological Bureau de Moscú, encuentra y traduce dos artículos que el anarcosindicalista leonés Ángel Pestaña publicó en el diario Pravda durante su viaje al Segundo Congreso de la Internacional Comunista, en el verano de 1920.

Entre las resoluciones más trascendentales del Segundo Congreso de la Confederación Nacional del Trabajo, celebrado en el madrileño Teatro de la Comedia en 1919, encontramos la adhesión provisional de la CNT a la III Internacional (Komintern).

La idea inicial era enviar al asturiano Eleuterio Quintanilla y al sevillano Pedro Vallina, pero ambos rehusaron la propuesta, resultando elegidos los catalanes Eusebi Carbó y Salvador Quemades. No obstante, por tener más probabilidades de que alguno cumpliera su objetivo de entregar la adhesión y recabar información, dadas las dificultades para llegar a una Rusia aislada de Europa e inmersa en una cruenta guerra contra el Ejército Blanco contrarrevolucionario, en el último momento se le ofreció un puesto a Pestaña. De los tres, sólo él conseguirá llegar.

Tras pasar por París y Basilea, en Berlín recibió noticias de la apertura en Moscú del Segundo Congreso de la Internacional Comunista, y solicitó las credenciales de delegado a la CNT para poder representarla, que tardaron un mes en llegar. Al fin, el 25 de junio de 1929 se encontraba en la ciudad fronteriza de Narva (Estonia), desde donde cruzó la frontera.

Además de acudir a las sesiones del Congreso, Pestaña intervino en las sesiones previas destinadas a organizar la Internacional Sindical Revolucionaria (Profintern) y escribió tres artículos para el diario Pravda que hasta ahora permanecían sin localizar ni traducir. Reproducimos el primero de ellos, titulado “El movimiento feminista en España”.

Localizado y traducido al inglés por Andrey Fedorov.

Si se entiende el feminismo como la completa emancipación política y económica de las mujeres, dándoles plena libertad y la oportunidad de usar sus habilidades en diversos campos de la vida pública; si hablamos del movimiento de las mujeres, que tiene como objetivo la tarea de la completa liberación social de las mujeres de las cadenas del sistema capitalista, España tiene un amplio movimiento femenino. Pero si feminismo significa un movimiento que apunta a obtener el derecho al voto u otros derechos políticos, entonces ese movimiento es muy débil en España; se desarrolla principalmente entre los representantes de la clase pequeñoburguesa y los aristócratas, que han hecho una especie de deporte del movimiento de mujeres. Esta es la posición del movimiento de mujeres en España.

En cuanto a la situación general de las mujeres en España, recientemente ha sufrido cambios significativos. Cuando recuerdas cuán enorme es la religión en la vida de una mujer española, cómo la subyuga a sí misma, cómo destruye en ella todos sus deseos y esperanzas de liberación de la custodia masculina, uno debe admitir que ya se ha hecho mucho para liberar mujeres de todos los prejuicios y grilletes que oprimen su vida. Pero esto todavía es completamente insuficiente. Todavía hay mucho esfuerzo por delante. Pero, en cualquier caso, el caso ha comenzado.

Especialmente mucho se ha hecho en esta área por los sindicatos. En Barcelona, por ejemplo, los sindicalistas han demostrado mucha energía en el trabajo entre las mujeres. La industria más importante en esta ciudad es la textil, y emplea a 100 mil mujeres y niños. Hay 25.000 trabajadores textiles organizados en los sindicatos de Barcelona. En otras industrias, como la ropa, también hay decenas de miles de trabajadoras organizadas. Los sindicatos están haciendo mucho para educar a las mujeres, para librarlas de la esclavitud de la ignorancia y la sumisión en las que languidecen, y los resultados de este trabajo son muy significativos.

Se puede decir sin exagerar que todos los días las filas de mujeres combatientes se expanden y se embarcan en el camino de la lucha activa por su liberación social. Se acerca la hora en que una mujer en España ocupará el frente del proletariado en lucha, un lugar que sus esfuerzos heroicos se han ganado bien.”

Pravda, Moscú, 22.07.1920, №160.

Discurso de Pestaña en el Segundo Congreso de la III Internacional

   

«¿Con qué derecho hablan de fraternidad esos delegados, que apostrofan, insultan e injurian a los hombres de servicio en el hotel, porque no están siempre a punto para satisfacer sus más insignificantes caprichos? A hombres y mujeres del pueblo los consideran servidores, criados, lacayos, olvidando que acaso alguno de ellos se haya batido y expuesto su vida en defensa de la revolución. ¿De qué les ha servido?

Cada noche, igual que si viajaran por países capitalistas, ponen sus zapatos en la puerta del cuarto para que el “camarada” servidor del hotel se los limpie y embetune. ¡Hay para reventar de risa con la mentalidad “revolucionaria” de esos delegados!» 1

 

En verano de 1920 se celebró en Moscú Segundo Congreso de la III Internacional. Un año antes, la CNT, en el Congreso de la Comedia, se había adherido provisionalmente a ella. Ángel Pestaña, que se encontraba en Alemania en funciones representativas, se enteró allí de la celebración del congreso y acudió a Moscú como delegado de la CNT. Allí, además de conocer y charlar con Kropotkin, se entrevistó con importantes líderes bolcheviques como Lenin, Trotsky y Zinoviev. En diciembre, a su regreso, confeccionó El Informe de mi estancia en la URSS, en consonancia con el que a su vez elaboró Gastón Leval. Su postura, contraria al totalitarismo bolchevique, fue decisiva para que la  CNT rompiese con la Internacional comunista en el mes de junio de 1922 y se adhiriera a la refundada Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), heredera de la Primera Internacional Obrera.

He aquí el resumen que el propio Pestaña hizo de su discurso, interrupido a los diez minutos de iniciarse.

Llegó mi turno y subí a la tribuna para hacer uso de la palabra.

Dije que la situación de los delegados no acordes con lo que allí se había expuesto era extremadamente delicada y difícil, ya que toda crítica hecha a los puntos de vista sustentados por la III Internacional podían interpretarla nuestros adversarios como signo evidente de división entre el elemento trabajador, al apreciar la revolución, y no dejarían de explotar estas diferencias de apreciación para insinuar entre los obreros la especie de que la revolución era un fracaso, ya que no todos apreciábamos de igual modo los resultados.

Son estas contingencias, –continué- que todos debemos recordar en el debate que se ha planteado, pues olvidarlas equivaldría a generar diferencias nada provechosas para la causa que defendemos: la emancipación de la clase obrera.

La revolución ha proyectado un poderoso rayo de simpatía entre los obreros de todo el mundo, y sería doloroso que por entregarnos aquí a discusiones más o menos partidistas destruyéramos la labor que esa simpatía ha realizado.

Por eso, nuestras críticas deben limitarse a los extremos que no estén de acuerdo con nuestro pensar, y aun aquí, limitarnos lo más posible.

Dicho esto, entraré en el tema que aquí se está discutiendo.

A creer a cuantos oradores me han precedido en el uso de la palabra, la revolución en Europa y en el mundo entero queda supeditada a la organización de los Partidos comunistas en todos los países.

Se ha afirmado, pero eso sí sin aportar pruebas que puedan convencer a lo menos a mí, y si no pruebas cuando menos hipótesis razonables, que sin Partido Comunista no hay revolución, no se destruirá al capitalismo y las clases trabajadoras no conquistarán jamás el derecho de ser libres.

Afirmación gratuita y hasta algo fuera de lugar por sus pretensiones, ya que con ello se quiere negar la historia y la génesis de todos los movimientos revolucionarios que la humanidad ha realizado en el lento y penoso camino que recorre para acercarse a su dicha.

Se nos ha dicho: Mirad a Rusia; contemplad este bello espectáculo; el ejemplo; este ejemplo debéis admirar y en él hallaréis la confirmación práctica de nuestros razonamientos.

Y yo digo: ¿Qué debemos mirar? ¿Cuál es la contemplación que nos proponéis? Aquí no vemos más que una revolución ya hecha y el ensayo de un sistema de organización social, cuyos resultados no son lo suficientemente claros como para que sobre ellos hagamos deducciones.

Nos ponéis delante del acto consumado, y nos decís: he ahí el ejemplo.

No es así, ni situándonos en tal extremo, como podremos juzgar las pretensiones de la III Internacional.

Habéis olvidado algo muy esencial, lo más esencial para que vuestros razonamientos tuvieran la fuerza que pretendéis.

Habéis olvidado demostrarnos si fue el P.C. el que hizo la revolución en Rusia.

Demostradme que fuisteis vosotros, que fue vuestro partido el que hizo la revolución y entonces creeré en cuanto habéis dicho y trabajaré por lograr lo que proponéis.

La revolución según mi criterio, camaradas delegados, no es, no puede ser, la obra de un partido. Un partido no hace la revolución; un partido no va más allá de organizar un golpe de Estado, y un golpe de Estado no es una revolución.

La revolución es la resultante de muchas causas cuya génesis la hallaremos en un mayor estado de cultura del pueblo, entre el desnivel que se produce entre sus aspiraciones y la organización que rija y gobierne este pueblo.

La revolución es la manifestación, más o menos violenta, de un estado de ánimo favorable a un cambio en las normas que rigen la vida de un pueblo y que, por una labor constante de varias generaciones que se han sucedido luchando por la aplicación de ese deseo, emerge de las sombras en el momento dado y barre, sin compasión, cuantos obstáculos se oponen a su fin.

La revolución es la idea que han adquirido las muchedumbres de un mejor estado social, y que o hallando cauces legales para manifestarse, por la oposición de las clases capitalistas, surge y se impone por la violencia.

La revolución es la consecuencia de una proceso evolutivo que se manifiesta en todas las clases de un país, pero particularmente en las menesterosas, por ser ellas las que más sufren en el régimen capitalista, y no hay partido alguno que pueda atribuirse el privilegio de ser él solo quien ha creado este proceso.

La revolución es un producto natural que germina después de haber sembrado muchas ideas, regado el campo con la sangre de muchos mártires, arrancando las plantas malas a costa de inmensos sacrificios, y ¿qué partido si no quiere que le tomen en ridículo podrá vanagloriarse de haber él sembrado ideas, el campo regado y escardado? Ninguno, es decir, yo creo que ninguno; vosotros no sois de la misma opinión.

Decirnos que sin Partido Comunista no puede hacerse la revolución, y que sin Ejército Rojo no pueden conservarse sus conquistas, y que sin conquista del Poder no hay emancipación posible, y que sin dictadura no se destruye a la burguesía; es hacer afirmaciones cuyas pruebas nadie puede aportar. Pues si serenamente observamos lo sucedido en Rusia, no hallaremos de tales afirmaciones una confirmación.

Vosotros no hicisteis solos la revolución en Rusia, cooperasteis a que se hiciera y fuisteis más afortunados para lograr el poder.

(Extracto de Pestaña, Á. (1921):  Informe de mi estancia en la URSS. )

pestana

 

Nota:

1 Extracto de conversación de Pestaña con Lenin; en Pestaña, Á. (1924): Setenta Días en Rusia. Lo que yo vi. Tipografía Cosmos, Barcelona; pp 183-189. Disponible en línea)

 

Fuente:

Fragmento extraído de http://www.fondation-besnard.org/spip.php?article444

Entrevista de Lenin y Pestaña

Siguiendo las directrices del Congreso del Teatro de la Comedia, y a pesar de no haber sido elegido inicialmente para la comisión encargada de representar a la CNT en el II Congreso de la Internacional Comunista, Ángel Pestaña fue el único delegado que pudo llegar a Rusia. Durante su estancia allí tuvo ocasión de conocer a Lenin, Trotski, Zinoviev, Radek, Luzovsky y otros dirigentes comunistas; también se entrevistó con Kropotkin. Y fue uno de los escasos delegados que se atrevieron a enfrentarse a la línea impuesta por los comunistas, entendiendo que las decisiones allí tomadas ya se habían acordado de antemano.

A su regreso fue hecho preso en Italia y en Barcelona. Durante su encarcelamiento redactó un extenso informe sobre su viaje que influyó en el posterior distanciamiento de la CNT  del bolchevismo. Sus tesis se ratificaron en junio de 1922, en la Conferencia de Zaragoza.

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El despacho de Lenin estaba amueblado con sobriedad. Todo lo superfluo había sido descartado. Un grandioso mapa de Rusia; alguno más pequeño de otros países: una mesa de trabajo abarrotada de documentos y papeles; algunas sillas; unas butacas y sillones. Este era todo el mobiliario. Apareció Lenin. Sonriente nos tendió la mano que apretamos con verdadera efusión y nos sentamos frente a frente. Estaba contento, alegre, satisfecho.

—¿Estáis contento del trato que os hemos dado los comunistas?—preguntó,

—Mucho—contestamos

— Habéis tenido en todo momento atenciones y respetos que nosotros hemos sabido apreciar en su valor. Si así no fuera, si nuestra discreción hubiera sobrepasado en algún punto el límite de lo debido, os rogaríamos nos exculpaseis.

 —Nada de eso. Desde el primer momento, hemos recibido las mejores impresiones. No importa que no participéis de nuestro pensamiento, ni que no seáis uno de los nuestros. Sabemos que vuestra discrepancia de criterio os ha mantenido en todo momento alejado de ligerezas impropias de la seriedad requerida.

Haciendo una breve transición, añadió luego: —Pasando a lo interesante. ¿Podríais ampliarme algunos detalles del informe que habéis presentado a la Tercera Internacional, sobre la situación de las diferentes fuerzas políticas y sociales de España?

Le di los detalles que solicitaba y continuó:

—Es decir, que seguís rechazando la dictadura del proletariado, la centralización y la necesidad de formar en España el Partido Comunista para hacer la revolución.

—Nosotros seguimos firmes en nuestro criterio, en nuestras afirmaciones y principios.

—¿No os ha convencido la obra de Rusia?

—Lo visto en Rusia, lo observado en Rusia, y las conclusiones que sacamos del conjunto aquilatan nuestro criterio. No hemos de ocultaros que, cuando nos dirigíamos desde París aquí, una duda nos asaltaba de continuo. Ante lo desconocido, sugerido y vacilante, nos hicimos muchas veces esta pregunta: “¿Estaremos equivocados los anarquistas en los aspectos fundamentales de nuestra doctrina?“ Y no he de ocultaros el temor con que veíamos acercarse el momento de tener, acaso, que suscribir la negación de aquellas ideas defendidas por nosotros con tanto ardor y que formaron el pequeño bagaje intelectual de nuestra vida. No se renuncia sin dolor, cuando se piensa honradamente, a las ideas que nos han sido caras. Es una página que hemos de arrancar a la historia de nuestra vida. Y esas amputaciones son siempre dolorosas. Pero lo visto y observado en. Rusia han confirmado y fortificado nuestras convicciones.

—Entonces, ¿seguís creyendo que no es necesaria la dictadura del proletariado? ¿Cómo pensáis que pueda destruirse la burguesía? ¡No creeréis que pueda hacerse sin una revolución!

—De ninguna manera, La burguesía no se dejará expropiar pacíficamente. Opondrá a las acometidas del pueblo que tal intente la más feroz resistencia, y una revolución se hace inevitable. Será más o menos violenta; esto depende de la resistencia que la burguesía oponga; pero es inevitable la revolución cruenta. Ahora bien; la diferencia entre el pensamiento bolchevique y el nuestro se manifiesta a partir de este instante.

La revolución es un acto de fuerza. Esto es indiscutible. Pero la revolución no es la dictadura del proletariado. Dictadura es imposición de gobierno, de autoridad, de unos, pocos o muchos, que dispongan de todo a su arbitrio en nombre propio o colectivo, frente a otros, que deben obedecer sin replicar, so pena de sanciones y de violencias, ejecutadas por personas autorizadas para ello con mandato, con autoridad indiscutible.

Revolución no es eso. La revolución es el pueblo en armas, que cansado de soportar injusticias, de ser privado de sus derechos, de una explotación que le niega el derecho a la vida, protesta de ellas; toma las armas, sale a la calle e impone por la fuerza del número la organización social que cree más justa. En esto hay violencia; cierto; pero no hay dictadura. Claro que por una deducción arbitraria y capciosa podríase, con cierta sutileza de ingenio, llegar a unir estos dos extremos: revolución y dictadura. Pero la verdad y la realidad, que se esconde tras el valor y contenido de cada uno de esos dos conceptos, nos demostraría al instante lo artificioso de tal razonamiento y lo endeble de la argumentación.

Para mejor concretar nuestro pensamiento, es decir, para ser más explícitos, podemos sintetizar así: la Revolución es causa; la dictadura puede ser el efecto de esta causa. Confundir lo uno con lo otro, no me parece cosa fácil, cuando no se atraviesa la premeditación de una imposición directriz.

—Pero, la revolución, ¿no es imposición? ¿No se obliga a la burguesía a que abandone sus privilegios de clase?

—Cierto, que la revolución es imposición; pero la acción revolucionaría del pueblo no es dictadura. Y si se quiere sutilizar el valor intrínseco de cada palabra y de cada concepto, para sacar conclusiones favorables a una tesis cualquiera, os diré que no se la “obliga al abandono de sus privilegios”, sino que se la »desposee”, cosa que no es lo mismo.

Cuando se “obliga», es que ha habido acuerdo previo, que existe un mandato, por el cual se ordena, y cuando se ordena, se dicta; mientras que cuando el pueblo, “desposee”» no existe ni mandato, ni orden, ni acuerdo previo. Esto último, tiene valor revolucionario neto. Lo demás, no. Pero creo que es inútil sutilizar sobre conceptos.

Hablando, pues, de conceptos generales, ahora más que nunca, creemos, que la dictadura del proletariado, la organización o constitución de un Gobierno de clase —asalto al Poder, para dictar leyes a quienes las dictaban ayer—, no es indispensable en una revolución de carácter social, como la que demandan los tiempos que vivimos. Basta desposeer a la burguesía y armar al pueblo, para que esa finalidad se logre.

En cuanto a la defensa de la Revolución y sus conquistas, los mismos hechos acaecidos en Rusia, demuestran cómo el pueblo sabe defenderse, llegando al sacrificio de su propia vida. El sometimiento del pueblo subsiste por la preponderancia económica de la burguesía. Quítesele el medio de ejercer esa preponderancia, y la sumisión habrá terminado. Entréguese a los Sindicatos la organización del trabajo y la distribución de lo producido y se verá cómo la burguesía no vuelve a levantar la cabeza. Tal es nuestro criterio personal nacido de lo observado aquí, en Moscú, en Rusia.

—Veo que no hay medio de convenceros. Entonces, ¿tampoco aceptáis la centralización y la disciplina?

—Los resultados de vuestra centralización, proclaman bien claramente su fracaso en el orden político y económico. Por los informes acopiados en los diferentes Comisariados las conclusiones que sacamos de la centralización política y administrativa, son completamente opuestos a los que saca vuestro partido. El bolchevismo afirma —así lo deducirnos de los discursos pronunciados en el Congreso— que las dificultades políticas y económicas que en Rusia se producen, obedecen a falta de centralización y disciplina, y piden más disciplina y más centralización.

Nosotros opinamos lo contrario. Cuanta más centralización y disciplina impongáis, mayores serán las dificultades y más difíciles de vencer.

—Error; estáis en un error, Pestaña.

—Es posible, aunque no lo creemos. Sólo el tiempo podrá demostrarlo cumplidamente. ¡Claro que en momentos como los que vivimos, es dolorosa esta conclusión! Mas no hay otra. De todos modos, y sin entretenernos más que lo indispensable en estas cuestiones teóricas, hemos de pensar que vivimos para subvertir el régimen capitalista, y esto no se logrará si no es haciendo la revolución.

—Eso es lo fundamental. Y aunque en todos los países no tenga los mismos matices, y evitando o corrigiendo los errores en que nosotros hayamos caído, lo esencial ahora es hacer la revolución en los otros países. Emancipar al proletariado de la dictadura burguesa. Y a propósito: ¿qué concepto, como revolucionarios, os merecen los delegados que han concurrido al Congreso?

-¿Queréis que os sea franco?

—Para eso os lo pregunto.

—Pues bien, aunque el saberlo os cause alguna decepción, o penséis que no sé conocer el valor de los hombres, el concepto que tengo de la mayoría de los delegados concurrentes al Congreso, es deplorable. Salvando raras excepciones, todos tienen mentalidad de burgués. Unos por arrivistas y otros porque tal es su temperamento y su educación.

—¿Y en qué os fundáis para emitir juicio tan desfavorable? ¡No será por lo que han dicho en el Congreso!

—Por eso exclusivamente, no; pero me fundo en la contradicción entre los discursos que pronunciaban en el Congreso y la vida ordinaria que hacían en el hotel. Las pequeñas acciones de cada día, enseñan a conocer mejor a los hombres que todas sus palabras y discursos. Es por lo que se hace y no por lo que se dice, por lo que puede conocerse a cada uno.

Muchos granos de arena acumulados hacen el montón. No el montón a los granos. La infinita serie de pequeñas cosas que hemos de realizar día tras día, demuestran mejor que ningún otro medio, el fondo verdadero de cada uno de nosotros.

¿Cómo queréis, Lenin, que creamos en los sentimientos revolucionarios, altruistas y emancipadores de muchos de esos delegados que en la vida de relación diaria, obran, ni más ni menos, como el más perfecto burgués? Murmuran y maldicen de que la comida sea poca y mediana, olvidando que somos los delegados extranjeros los privilegiados en la alimentación, olvidando lo más esencial: que millones de hombres, mujeres, ni- ños y ancianos, carecen, no ya de lo superfluo, sino de lo estrictamente indispensable.

¿Cómo se ha de creer en el altruismo de esos delegados, que llevan a comer al hotel a infelices muchachas hambrientas a cambio de que se acuesten con ellos, o hacen regalos a las mujeres que nos sirven para abusar de ellas?

¿Con qué derecho hablan de fraternidad esos delegados, que apostrofan, insultan e injurian a los hombres de servicio en el hotel, porque no están siempre a punto para satisfacer sus más insignificantes caprichos? A hombres y mujeres del pueblo los consideran servidores, criados, lacayos, olvidando que acaso alguno de ellos se haya batido y expuesto su vida en defensa de la revolución. ¿De qué les ha servido?

Cada noche, igual que si viajaran por países capitalistas, ponen sus zapatos en la puerta del cuarto para que el “camarada” servidor del hotel se los limpie y embetune. ¡Hay para reventar de risa con la mentalidad “revolucionaria” de esos delegados!

Y el empaque y altivez y desprecio con que tratan a quien no sea algo influyente en el seno del Gobierno o en el Comité de la Tercera Internacional irrita, desespera. Hace pensar en cómo procederían esos individuos si mañana se hiciera la revolución en sus países de origen y fueran ellos los encargados de dirigirnos desde el Poder,

¡Poco importan los discursos que hagan en el Congreso! Que hablen de fraternidad, de compañerismo, de camaradería, para obrar luego en amos, es sencillamente ridículo, cuando no infame y detestable.

Y, por último, esas lucrativas componendas que presenciamos los que estamos asqueados de tantas defecciones; ese continuo ir y venir tendiendo la mano y poniendo precio a su adhesión, reviste todos los caracteres de la más infame canallada, de la más indigna granujería. Eso es tan bajo, ruin y miserable, como lo sería una madre que vendiera su hija para satisfacer un capricho de los más abominables e inmundos.

¿Cómo vamos a creer en el espíritu revolucionario y en la seriedad de esas gentes?

¿Que desean la revolución en sus respectivos países? Eso sí; pero quieren que se haga sin peligro para sus olímpicas personas y en beneficio exclusivo de sus concupiscencias. Naturalmente que esto no quiere decir que en el seno de los partidos comunistas y de las multitudes, por esos delegados representadas, no haya centenares de individuos de buena fe, dispuestos al sacrificio y dignos de todo respeto y consideración. Estos quedan aparte. Estas censuras no tienen más alcance que el puramente personal y en relación a los delegados concurrentes al Congreso.

Esta es nuestra opinión, sinceramente expuesta.

— De acuerdo, Pestaña, de acuerdo… aunque haya alguna exageración en vuestros juicios.

Al decir estas palabras, Lenin se puso en pie. La entrevista terminaba. Acaso abusamos de la benevolencia concedida; pero hubiera sido indiscreto por nuestra parte terminar una conversación que no sabíamos qué alcance se le quería dar. Antes de despedirnos de Lenin nos preguntó si volveríamos a Rusia al próximo Congreso,

—Procurad venir, y que os acompañen varios de vuestros amigos. Venid y estudiad sobre el terreno nuestra obra. Para entonces la situación habrá mejorado, y acaso podamos llegar a conclusiones que nos aproximen más que lo estamos hoy. ¿Escribiréis algo acerca de lo que habéis visto y el concepto que os merece?

—Es muy posible—contestamos.

—Si lo hacéis, no dejéis de enviármelo. Tendré mucho gusto en recibirlo y leerlo,

Nos estrechamos cordialmente la mano y salimos.

Una profunda simpatía y un respeto sin límites nos quedó hacia Lenin después de esta conversación. No compartíamos sus ideas, no las compartimos hoy; pero saben todos aquellos amigos con quienes hablamos de él que, al referirnos personalmente a Lenin, guardamos para él las consideraciones y miramientos a que creemos es merecedor.

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(Pestaña, Á. (1924): Setenta Días en Rusia. Lo que yo vi. Tipografía Cosmos, Barcelona; pp 183-189. Disponible en línea)

Para saber más sobre el viaje a Rusia, interesa la versión ofrecida por Joaquín Maurín.

Encuentro entre Pestaña y Kropotkin

Siguiendo las directrices del Congreso del Teatro de la Comedia, y a pesar de no haber sido elegido inicialmente para la comisión encargada de representar a la CNT en el II Congreso de la Internacional Comunista, Ángel Pestaña fue el único delegado que pudo llegar a Rusia. Durante su estancia en la Unión Soviética tuvo ocasión de conocer a Lenin, Trotski, Zinoviev, Radek, Luzovsky y otros dirigentes comunistas; también se entrevistó con Kropotkin. Fue uno de los escasos delegados que se atrevieron a enfrentarse a la línea impuesta por los comunistas, entendiendo que las decisiones allí tomadas ya se habían acordado de antemano. A su regreso fue hecho preso en Italia y en Barcelona. Durante su encarcelamiento, redactó un extenso informe sobre su viaje que influyó en el posterior distanciamiento de la CNT  del bolchevismo. Sus tesis se ratificaron en junio de 1922, en la Conferencia de Zaragoza.

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   De los bolcheviques no decía gran cosa. Los consideraba como a babeufistas consumados. Para él, Lenin y sus teorías, como el comunismo de Carlos Marx y de todos los marxistas, no era otra cosa que las teorías de Babeuf barnizadas con algunos modismos de actualidad. Un día nos preguntó si de regreso a España escribiríamos algo sobre Rusia.

—Si escribís un libro hablando de Rusia, tituladlo “Comment on fait pas une revolution» (“Cómo no se hace una revolución”). Porque toda la crítica que se haga de los bolcheviques y de su modo de interpretar la revolución debe tender justamente a demostrar cómo no es posible hacer una revolución adoptando sus sistemas y premisas.

Acuciado por el deseo de conocer cuáles fueran las cuestiones de su predilección en aquel momento, nos dijo contestando a preguntas nuestras:

—Temeroso de que los bolcheviques inutilicen lo que pueda escribir de la revolución, nada escribo sobre ella; tomo apuntes nada más. Estamos también demasiado cerca de los acontecimientos y de sus hombres para que el pensador no sea influenciado excesivamente por los unos y por los otros. Esta es la principal razón de mi abstención. Pero para no perder el tiempo, escribo sobre ética, pues leyendo una página de Bakounin me sugirió la idea de hacerlo, y a ello consagro mis horas y mis días; mas el trabajo me resulta penoso. La falta de relaciones con el mundo intelectual exterior y las dificultades que el régimen establecido y mi salud acumulan, hace que no pueda avanzar con la rapidez debida, y que sólo tras inauditos esfuerzos pueda lograr lo que me propongo.

Inquirimos acerca de su situación económica, que no resultó ser muy desahogada. Vivía, más que de la ración que le tenía asignada el Comisariado de Abastecimientos (ración de sabio), de lo enviado por los camaradas de todos los confines de Rusia.

—Vivo mal —nos dijo— pero aún puedo considerarme dichoso. Millones de rusos viven muchísimo peor que yo.

—¿No desearíais volver a Inglaterra o a cualquier otro país? —Ardientemente —contestó.

—¿Por qué no lo solicitáis del Consejo de Comisarios del Pueblo?

—Porque no quiero recibir una respuesta negativa de la Tcheka, de esa vergüenza que deshonrará al régimen bolchevique, que es la dueña y señora de las acciones de todos los rusos. Sólo las personas gratas a la Tcheka, aunque fueran miserables bandidos en el régimen zarista, pueden obtener el permiso de salida al extranjero. Prefiero morir en Rusia, consumirme en esta inacción, soportar el hambre y el frío, antes que someterme a los mandatos de esa institución.

Debíamos marcharnos. El samovar, que con su forma panzuda se erguía sobre la mesa lanzando hacia el techo los vapores del agua hirviente, proyectaba una pequeña sombra entre los dos. Declinaba el día. El crepúsculo ponía una nota de tristeza en sus palabras. ¿Presagiaba su próximo fin? El invierno pasado había sido muy cruel para Kropotkin. Sin leña, casi sin luz y sin alimentos, las privaciones habían quebrantado su organismo, minado también por los años. El que se acercaba sería aún más cruel. La situación económica de Rusia se hacía más grave y difícil cada día. ¡Bien lo notaba Kropotkin! La generosidad de los compañeros, la solidaridad y apoyo que éstos le prestaban enviándole lo que podían, era el barómetro que señalaba un notable descenso. Los envíos se espaciaban, se hacían más intermitentes. A veces, una carta de disculpa los acompañaba. “Hubiéramos querido enviarte antes estos pequeños obsequios —le decían—, pero no hemos podido. ¡Si supieras* Pedro, las dificultades que tenemos para aprovisionarnos en este pequeño rincón!…”

Con estas palabras disculpaban aquellos generosos compañeros, perdidos en alguna aldea de la inmensidad rusa, el no poder ayudarle más eficazmente, y ellas acusaban las privaciones a que se habían sometido para cumplir un sencillísimo deber de solidaridad.  Al despedirnos del Maestro, estrechamos fuertemente su mano; nos abrazamos y recibimos su beso fraternal.

—Saludad en mi nombre —nos dijo— a todos los anarquistas de España, de quienes conservo afectuosos recuerdos. Mirad — añadió mostrando un hermoso reloj de oro—. No sé si recordaréis…

—Sí, sí nos acordamos —interrumpimos.

—Decidles que aún lo conservo. Que no olvidaré nunca este hermoso rasgo de los anarquistas españoles, debido a la iniciativa de los camaradas de La Coruña. La inscripción que lleva en el interior de su tapa: (“A iniciativa de los anarquistas de La Coruña, a Pedro Kropotkin, en sus bodas de plata*’) será siempre para mí un grato recuerdo de los camaradas españoles.

(Pestaña, Á. (1924): Setenta Días en Rusia. Lo que yo vi. Cosmos, Barcelona; p.178-180. Disponible en línea)

 

Para saber más sobre el viaje a Rusia, interesa la versión ofrecida por Joaquín Maurín.