¡Qué estruendo armaron las criadas de Barcelona cuando se manifestaron por las calles de la ciudad en 1918, con el fin de llamar la atención de la opinión pública sobre la situación de esclavitud a que eran sometidas, desde tiempo inmemorial , por parte de los «señores»!
En efecto, una criada –una ‘minyona’, como dicen en Cataluña– era, y es todavía actualmente, la chica que, desde muy jovencita, sus padres, que generalmente viven en las comarcas y pueblos campesinos de la alta Cataluña, de Aragón o de Galicia, llevan a «servir» a Barcelona, Madrid, etc. ¡A servir a los señores! Estos señores eran gente de la nobleza, militares, grandes industriales, comerciantes, médicos y otras personas de posición más o menos elevada que podía permitirse el lujo de tener criada. Esto de tener servicio, antes –y pensamos que ahora también–, «vestía» mucho, y así, cierta gente contaba con orgullo: «Incluso tenemos criada!». Había que hasta tenían tres o cuatro.

Lo que no contaban aquellos señores eran los salarios que pagaban a aquellas desventuradas cenicientas, que debían someterse a todo; eran salarios tan raquíticos que, incluso, da vergüenza recordarlos. Generalmente, eran alojadas en una habitación miserable, lóbrega, en el desván de la casa. Las hacían comer en la cocina y casi siempre las alimentaban a base de las sobras que los señores no habían podido o querido comer. Las vestían de una manera rudimentaria y casi todas iban, se puede decir, uniformadas: traje negro, delantal blanco y zapatos bajos. Para redondear más las cosas, las obligaban, los domingos por la mañana, de buena hora, a ir a misa. Lo que quería decir, pues, que la Iglesia, una vez más, como siempre ha hecho, aprobaba e incluso santificaba la conducta escandalosa de explotación de que eran víctimas aquellas pobres criaturas.
Y no hablemos de las criadas que no habían visto el mundo por un agujero, que eran la mayoría, porque a éstas, una vez colocadas en ciudad, ya se cuidaban suficientemente los señoritos y algunos señores de enseñarles este mundo y el agujero… De ahí el hecho vergonzoso que muchas, de repente, se veían con el vientre lleno, y entonces eran despedidas groseramente por las respetables amas de casa, y tenían que ir a dar a luz allí donde podían, y luego a parar a los prostíbulos para ganarse la vida, dando a nodriza sus hijitos.
La organización obrera confederal, la CNT, quiso poner término a aquel estado de cosas de infamia y de vergüenza que imperaba en Barcelona. La Federación Local de Sindicatos Únicos de Obreros barceloneses encargó a Ángel Pestaña la misión de organizar a todas las criadas de la capital. En aquella época –¡oh, felices tiempos de abnegación y desprendimiento material de los militantes sindicalistas revolucionarios! –, Ángel Pestaña, ejerciendo entonces la función de director del diario portavoz de la CNT, «Solidaridad Obrera», aceptó con entusiasmo el nuevo trabajo que le encomendaba la organización, sin dejar la dirección del diario confederal. Se convocó a las criadas de Barcelona para que asistieran a una reunión en «El Globo», una amplísima sala de baile que había ante el Parque de la Ciutadella, que las criadas conocían bastante bien, porque los domingos por la tarde, único mediodía de fiesta de que disponían, iban a bailar con los soldados, algunos de los cuales conocían por haber nacido en el mismo pueblo.
El espacioso local de «El Globo» resultó insuficiente, pues para poder acoger todas las criadas barcelonesas habrían hecho falta tres «Globos» más. Casi todas las asistentes se sindicaron. Eligieron una Junta, y el Sindicato quedó constituido. Se discutieron y aprobaron unas bases de mejoras que, enseguida, fueron presentadas a sus «señores». En estas bases se pedía aumento de sueldo, reducción de la jornada de trabajo, un día y medio de fiesta la semana, es decir, todo el domingo y los jueves por la tarde. Los «señores», y por supuesto las «señoras», se alarmaron de mala manera. «¿Cómo podía ser que las criadas, « sus criadas », se dejaran engatusar por el vago y vividor de Pestaña?» –decían aquellas insignes «matronas». Rogaban a Dios, a la Virgen, a los curas confesores, a los gobernantes y a la policía para que la revuelta de las criadas cesara. «Dónde se ha visto eso? ¡A estos sindicalistas y anarquistas hay que perseguirlos, encarcelarlos y matarlos! », añadía aún la gente bien, la gente de orden. Afortunadamente para ellas, las criadas, a quien escucharon –¡y con qué devoción! — fue a Pestaña, porque en él veían a un hombre sencillo, sin ningún tipo de pretensión, que en sus discursos claros, limpios y comprensibles sabía interpretar sus ansias de reivindicación y mejora social. Las criadas se manifestaron diversas veces por las calles de Barcelona, y la policía del «casco», con sus caballos, intentó a golpes de sable disolver aquellas manifestaciones, pacíficas pero enérgicas. Nunca, sin embargo, sucedió nada grave.
Finalmente, las criadas ganaron la batalla. Todas las reivindicaciones fueron satisfechas por sus patrones, los cuales, además, tuvieron que reconocer, aunque de mala gana, el sindicato obrero de las criadas de Barcelona.
Aquel triunfo de las criadas barcelonesas lo fue también de la organización obrera confederal, la cual, por primera vez en el mundo –esto se puede decir bien alto y con toda dignidad–, defendió en todos los terrenos a aquellas chicas que, hasta entonces, habían sido dejadas de la mano de Dios y del diablo. ¡Qué honor para la C.N.T. y para sus militantes de aquella época gloriosa!
MANENT I PESAS, J. (1976), Records d’un sindicalista llibertari català. Edicions catalanes de Paris; p.31.