
(Traduccción)
Recordamos haber leído en algún sitio, para atenuar el efecto de la occisión, que Layret era el abogado incondicional de la Organización, y que en este cargo se amparaba para fines políticos y partidistas.
Con la afirmación más rotunda podemos negar tal supuesto. No es cierto. Y no pudo serlo por múltiples razones.
Layret intervino en múltiples procesos contra la Organización, porque ésta fue a pedírselo. Él nunca lo solicitó. Fue la CNT quien requirió sus servicios de abogado. Hay que decir, en honor a la verdad, que acudió tantas veces como fue requerido, y otras tantas aceptó sin necesidad de ruegos ni insistencias. La verdad, pues, es que Layret no era abogado de la Organización, sino un abogado que intervenía en sus procesos cuando para ello era requerido. Que no es lo mismo.
En cuanto a que aprovechara el cargo de abogado para intervenir en las cosas de la Organización, tampoco es cierto. Quizá sea el único abogado que no lo ha hecho. En su despacho, y esto es algo que han afirmado siempre los que hablaban con él, raramente, y sólo de manera accidental, se hablaba de otra cosa que de la causa que llevaba a los comisionados. Algo que se explica perfectamente.
Hombre sensible, de una delicadeza excesiva, le habría parecido inoportuno e incorrecto aprovechar su ventajosa situación profesional en beneficio propio o de su partido. En la vida no faltan hombres a quienes repugnaría aprovecharse de situaciones parecidas, y Layret era uno de ellos.
Por esto, cargarle la responsabilidad de actos que no cometió, tanto por delicadeza personal, como porque las circunstancias lo determinaron así, no es piadoso que digamos tal cosa, y mucho menos todavía porque tal afirmación puede hacer dudar de la honradez de la intención que lo caracterizaba.
En este aspecto de las relaciones que tuvo con la Organización, no se desprende nada que pueda empañar su proceder. Obró siempre desinteresadamente. Defendió a los procesados cuando fue requerido para ello. No intentó nunca subyugar juntas ni individuos en benificio y provecho de su credo político y partidista.
Esta forma de proceder, la más lógica y razonable, sólo ha sido imitada por excepciones honradísimas. No obstante, sólo a Layret se le ha reprochado tan insólito procedimiento.
El restablecimiento de la verdad, y no otra cosa, es lo que hoy nos mueve a decir lo que decimos.
