La clepsidra de Pestaña

La Lonja de Valencia, verano de 1937

Sesión parlamentaria en La Lonja de Valencia, primeros de octubre de 1937. Quizá corresponda a u última intervención en Cortes.

Cuando le oí en el Parlamento de la Lonja del Mar, suavemente, sencillamente, con sutilezas de frases, conceptuosos vocablos de expresión; cuando noté, asombrado, la cantidad de recursos, de filigranas, de abalorios del lenguaje que Pestaña monta con tanta facilidad para poder decir sin gran escándalo las cosas graves que debía y quería decir, exclamé junto a los periodistas valencianos:

—Este hombre sabe mucha geometría.
—Es relojero— me contestaron.

Entonces aquellas palabras justas, medidas en su alcance, sobrias, pero suficientes, no eran pura retórica de orador experimentado; eran piezas, ruedecitas dentadas, pequeños tornillos, cuerdas en espirales; piezas numerosas y diversas de un engranaje vital que movería luego las manecillas puntiagudas del viejo Cronos; aquellas piezas resultaban ser simplemente la maquinaria de un reloj.

Luego, en su modesto cuarto de un hotel de Valencia, hablé media hora con el jefe y fundador del Partido Sindicalista. Estaba indignado. Acababan los trimotores facciosos de bombardear los pueblecitos marítimos. Pestaña me dijo, sacando del bolsillo un reloj maravillosamente limpio:

—Veinte minutos exactos han volado los cuervos sobre la ciudad.
He permanecido en el balcón; veinte minutos exactos de mi cronómetro, que no miente.

Más relojes todavía, hermano lector. Su dolencia la estimaba Ángel Pestaña como cosa muy seria. Oía el «tic-tac» del corazón con una pausa desesperante; otras veces, como galopar excesivo. En esa víscera tan gastada por las fuertes emociones, se recrudecía la desigualdad de latidos que ya soportó en varias ocasiones graves el camarada sindicalista. ¿Comprendes, lector, la importancia del caso, tratándose aquí de un experto profesional de la relojería? Su corazón andaba muy rápido o muy despacio; adelantaba o retrasaba. Y el admirable luchador tenía que oír el sonido, falto de ritmo, de ese reloj del corazón. Por eso estaba triste; por eso sonreía con amargura cuando yo le dije:

—Veo que te hallas bien, perfectamente bien, compañero.
—Las apariencias engañan. No pude acabar como tenía proyectado mi discurso del Parlamento. La fatiga me rindió; tuve que cortar quince minutos antes de la hora fijada. Estoy deshecho. La dureza de un vivir tan intenso como hace falta, me ha cogido ya viejo y gastado. Yo he derrochado la vida a brazadas.

«Potro sin freno me lanzó mi instinto;
mi juventud montó potro sin freno.»

¿Es preciso decirte ahora, hermano lector, que Ángel Pestaña tenia razón al juzgar gravísima su enfermedad? Allí, en su cuarto del hotel valenciano, sobre humilde mesa, un plato grande de uvas riquísimas. Mientras conversábamos con este hombre de recia trayectoria, comíamos granos de uva los dos; otros menos naturalistas, hubiesen fumado sendos cigarrillos. Comíamos uvas, y el compañero Pestaña decía cosas sensatas, sencillas, profundas y trágicas. ¿Cuándo llegará la hora de paz para poder contar a los lectores la interesantísima vista de esta guerra y de esta situación […] que fatiga los ojos de Ángel Pestaña?

Yo también recibí frente a él la sensación iluminada de la verdad. Veía el aspecto dramático de aquel hombre y la enorme labor realizada y por realizar, y veía, hermano lector, sobre la cama de
reposo del hombre ya tan cansado; veía, colgando allí, una clepsidra, contando grano a grano de arena el tiempo de vivir humano que le quedaba al valiente luchador. La clepsidra ha medido justamente setenta días desde su admirable discurso del Parlamento en la Lonja del Mar de Valencia.


Montoro, A: «La clepsidra de Pestaña»; en 
La Libertad, Madrid, 14-12-1937; p.4.

La revuelta de las criadas

¡Qué estruendo armaron las criadas de Barcelona cuando se manifestaron por las calles de la ciudad en 1918, con el fin de llamar la atención de la opinión pública sobre la situación de esclavitud a que eran sometidas, desde tiempo inmemorial , por parte de los «señores»!
En efecto, una criada –una ‘minyona’, como dicen en Cataluña– era, y es todavía actualmente, la chica que, desde muy jovencita, sus padres, que generalmente viven en las comarcas y pueblos campesinos de la alta Cataluña, de Aragón o de Galicia, llevan a «servir» a Barcelona, Madrid, etc. ¡A servir a los señores! Estos señores eran gente de la nobleza, militares, grandes industriales, comerciantes, médicos y otras personas de posición más o menos elevada que podía permitirse el lujo de tener criada. Esto de tener servicio, antes –y pensamos que ahora también–, «vestía» mucho, y así, cierta gente contaba con orgullo: «Incluso tenemos criada!». Había que hasta tenían tres o cuatro.

criadas
Lo que no contaban aquellos señores eran los salarios que pagaban a aquellas desventuradas cenicientas, que debían someterse a todo; eran salarios tan raquíticos que, incluso, da vergüenza recordarlos. Generalmente, eran alojadas en una habitación miserable, lóbrega, en el desván de la casa. Las hacían comer en la cocina y casi siempre las alimentaban a base de las sobras que los señores no habían podido o querido comer. Las vestían de una manera rudimentaria y casi todas iban, se puede decir, uniformadas: traje negro, delantal blanco y zapatos bajos. Para redondear más las cosas, las obligaban, los domingos por la mañana, de buena hora, a ir a misa. Lo que quería decir, pues, que la Iglesia, una vez más, como siempre ha hecho, aprobaba e incluso santificaba la conducta escandalosa de explotación de que eran víctimas aquellas pobres criaturas.
Y no hablemos de las criadas que no habían visto el mundo por un agujero, que eran la mayoría, porque a éstas, una vez colocadas en ciudad, ya se cuidaban suficientemente los señoritos y algunos señores de enseñarles este mundo y el agujero… De ahí el hecho vergonzoso que muchas, de repente, se veían con el vientre lleno, y entonces eran despedidas groseramente por las respetables amas de casa, y tenían que ir a dar a luz allí donde podían, y luego a parar a los prostíbulos para ganarse la vida, dando a nodriza sus hijitos.
La organización obrera confederal, la CNT, quiso poner término a aquel estado de cosas de infamia y de vergüenza que imperaba en Barcelona. La Federación Local de Sindicatos Únicos de Obreros barceloneses encargó a Ángel Pestaña la misión de organizar a todas las criadas de la capital. En aquella época –¡oh, felices tiempos de abnegación y desprendimiento material de los militantes sindicalistas revolucionarios! –, Ángel Pestaña, ejerciendo entonces la función de director del diario portavoz de la CNT, «Solidaridad Obrera», aceptó con entusiasmo el nuevo trabajo que le encomendaba la organización, sin dejar la dirección del diario confederal. Se convocó a las criadas de Barcelona para que asistieran a una reunión en «El Globo», una amplísima sala de baile que había ante el Parque de la Ciutadella, que las criadas conocían bastante bien, porque los domingos por la tarde, único mediodía de fiesta de que disponían, iban a bailar con los soldados, algunos de los cuales conocían por haber nacido en el mismo pueblo.
El espacioso local de «El Globo» resultó insuficiente, pues para poder acoger todas las criadas barcelonesas habrían hecho falta tres «Globos» más. Casi todas las asistentes se sindicaron. Eligieron una Junta, y el Sindicato quedó constituido. Se discutieron y aprobaron unas bases de mejoras que, enseguida, fueron presentadas a sus «señores». En estas bases se pedía aumento de sueldo, reducción de la jornada de trabajo, un día y medio de fiesta la semana, es decir, todo el domingo y los jueves por la tarde. Los «señores», y por supuesto las «señoras», se alarmaron de mala manera. «¿Cómo podía ser que las criadas, « sus criadas », se dejaran engatusar por el vago y vividor de Pestaña?» –decían aquellas insignes «matronas». Rogaban a Dios, a la Virgen, a los curas confesores, a los gobernantes y a la policía para que la revuelta de las criadas cesara. «Dónde se ha visto eso? ¡A estos sindicalistas y anarquistas hay que perseguirlos, encarcelarlos y matarlos! », añadía aún la gente bien, la gente de orden. Afortunadamente para ellas, las criadas, a quien escucharon –¡y con qué devoción! — fue a Pestaña, porque en él veían a un hombre sencillo, sin ningún tipo de pretensión, que en sus discursos claros, limpios y comprensibles sabía interpretar sus ansias de reivindicación y mejora social. Las criadas se manifestaron diversas veces por las calles de Barcelona, y la policía del «casco», con sus caballos, intentó a golpes de sable disolver aquellas manifestaciones, pacíficas pero enérgicas. Nunca, sin embargo, sucedió nada grave.
Finalmente, las criadas ganaron la batalla. Todas las reivindicaciones fueron satisfechas por sus patrones, los cuales, además, tuvieron que reconocer, aunque de mala gana, el sindicato obrero de las criadas de Barcelona.
Aquel triunfo de las criadas barcelonesas lo fue también de la organización obrera confederal, la cual, por primera vez en el mundo –esto se puede decir bien alto y con toda dignidad–, defendió en todos los terrenos a aquellas chicas que, hasta entonces, habían sido dejadas de la mano de Dios y del diablo. ¡Qué honor para la C.N.T. y para sus militantes de aquella época gloriosa!
MANENT I PESAS, J. (1976), Records d’un sindicalista llibertari català. Edicions catalanes de Paris; p.31.

Homenaje a Ángel Pestaña en el teatro Fuencarral de Madrid (13-02-1938)

homenaje

El 13 de febrero de 1938 se rindió, en el teatro Fuencarral de Madrid, un homenaje al destacado militante anarcosindicalista Ángel Pestaña Núñez en conmemoración de su nacimiento. El sindicalista del Bierzo había muerto poco antes, el 11 de diciembre de 1937.

Organizado por el Partido Sindicalista (PS) y presidido por Antonio Perxés, dirigente de la Agrupación local del PS en Madrid, al acto fueron invitados todos los partidos políticos y todas las organizaciones obreras, tanto marxistas como libertarias.

Fueron leídas numerosas adhesiones de toda España: unas cuartillas de Antonio Hermosilla, director del diario republicano madrileño La Libertad, destacando la pluma viril y crítica de Ángel Pestaña, que acertó a excitar el pensamiento de todos los que honradamente buscan la verdad; de Azucena, hija de Ángel Pestaña, que envió desde Barcelona una cuartilla de honda y sincera emoción; e incluso una muy entusiasta de los voluntarios de las Brigadas Internacionales.

Intervinieron entonces Eduardo Paz Samper, por las Juventudes Sindicalistas (JS); Miguel Torres, por la Juventud Republicana (JR); José Luis Leda, por la Juventud Socialista Unificada (JSU); Francisco Bartolomé, por Izquierda Federal (IF); y Justo Feria, por el Partido Democrático Federal (PDF).

Después Valentín de Pedro, escritor argentino afiliado al PS, leyó un artículo publicado por Pestaña en El Sindicalista, titulado «Dos pesos y dos medidas», y la actriz Carmen Seco recitó varios versos dedicados a la muerte del sindicalista.

ROMANCES DE "LA LIBERTAD"

Maravillosamente,
corazón y cerebro
los dio a la gente.

Los Coros Confederales,
¡qué líricamente cantan!
Han desparramado notas
en recuento de Pestaña.
De Schubert las melodías
son como flores tempranas.
«Rosa blanca en el rosal»,
luz de pureza en el alba.
Dolor filial concentrado
de una mujer que se llama
Azucena[1]. ¡Bello nombre!
En verdad, la «rosa blanca».

Maravillosamente,
corazón y cerebro
los dio a la gente.

Dio su sangre, sangre roja,
en las calles catalanas;
dio su sangre, y al verterse
como una «rosa encarnada»,
«se diría un corazón»
bajo el sol de la mañana.
Todavía el holocausto
de la sangre derramada
no satisfizo a los lobos,
que querían las entrañas.
¡Barcelona! Ley de fugas
¿No recuerdas, camarada?

Maravillosamente,
corazón y cerebro
los dio a la gente.

En la cantata de Schubert,
en la melodía mágica,
viene la «rosa amarilla»
tras la blanca y la encarnada.
«Es cual cirio en el altar»,
y así se quedó la cara 
del Hombre que fue más hombre
de lo que la vida manda.
Soñador ya en el misterio,
¿qué otras cosas nos regalas? 
Para estas horas supremas,
¿dispones de una esperanza?


Maravillosamente,
corazón y cerebro
los dio a la gente.

                                                                     
            MONTORO
Homenaje versos

Carmen Seco dando lectura a unos versos. Fuente: www.estelnegre.org

También intervinieron José Robusté, por el Comité Nacional del PS; Lucio Santiago, por el Partido Comunista de España (PCE); Régulo Martínez, por el Frente Popular; José García Pradas, por la Federación Anarquista Ibérica (FAI); Miguel San Andrés, en nombre de Izquierda Republicana (IR); y Pablo Sancho, en representación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Para terminar, Valentín de Pedro leyó unas páginas de Natividad Adalia, director de El Sindicalista, y Edmundo G. Acebal, en representación del Comité Local del PS, resumió el acto.

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Fotos: Martín Santos Yubero. Fuente: Archivo Regional de la Comunidad de Madrid

Hemerografía y webgrafía:

– «Homenatge a Ángel Pestaña (13 de febrer de 1938)»,www.estelnegre.org (consulta: 9-2-2018).

– «El acto de Madrid en memoria de Pestaña. El mejor homenaje que se puede tributar al sindicalista -dijo uno de los oradores- es seguir la línea por él marcada», El Pueblo. Diario del Partido Sindicalista, 15-2-1938, Valencia, p. 1.

– «Romances de La Libertad. Homenaje a Pestaña», La Libertad, 15-2-1938, Madrid, p. 1.

– «En memoria de Ángel Pestaña se verifica en Madrid un acto político. García Pradas pide la unidad entre la FAI, la CNT y el Partido Sindicalista», Solidaridad Obrera, 15-2-1938, Barcelona, p. 2.

homenaje-a-pestana
Crónica del acto aparecida en El Pueblo, Diario del PS.

Einstein, Barcelona i anarquisme (1923)

Interesante artículo que trata, entre otros asuntos, la entrevista mantenida entre Albert Einstein y Ángel Pestaña.  Corrige la versión más extendida que atribuyó por error –quizá por haber dialogado en francés– la siguiente frase a Einstein: «Yo también soy revolucionario, pero en el terreno científico.»

L'ase quàntic

Albert Einstein visità Catalunya entre els dies 22 de febrer i 1 de març de 1923, convidat per la Mancomunitat de Catalunya i l’Institut d’Estudis Catalans per impartir un curs. En aquest article resumirem els fets més rellevants de la seva visita a Barcelona i ens centrarem en un que va tenir lloc el dia 27 de febrer: l’entrevista d’Albert Einstein amb Àngel Pestaña i altres dirigents anarquistes. 

Albert Einstein a l'Espluga de Francolí (Tarragona), el 25 de febrer de 1923 Albert Einstein a l’Espluga de Francolí (Tarragona), el 25 de febrer de 1923

Einstein a Barcelona

Els Cursos Monogràfics d’Alts Estudis i Intercanvi de la la Mancomunitat de Catalunya  van ser una iniciativa del Consell de Pedagogia de la Mancomunitat destinada a l’intercanvi de professors entre els centres dependents de l’entitat (en realitat, de la Diputació de Barcelona) i universitats estrangeres.

Fou el matemàtic, físic i enginyer Esteve Terradas (un dels sis millors caps del món, segons Einstein), en qualitat…

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Entrevista de Lenin y Pestaña

Siguiendo las directrices del Congreso del Teatro de la Comedia, y a pesar de no haber sido elegido inicialmente para la comisión encargada de representar a la CNT en el II Congreso de la Internacional Comunista, Ángel Pestaña fue el único delegado que pudo llegar a Rusia. Durante su estancia allí tuvo ocasión de conocer a Lenin, Trotski, Zinoviev, Radek, Luzovsky y otros dirigentes comunistas; también se entrevistó con Kropotkin. Y fue uno de los escasos delegados que se atrevieron a enfrentarse a la línea impuesta por los comunistas, entendiendo que las decisiones allí tomadas ya se habían acordado de antemano.

A su regreso fue hecho preso en Italia y en Barcelona. Durante su encarcelamiento redactó un extenso informe sobre su viaje que influyó en el posterior distanciamiento de la CNT  del bolchevismo. Sus tesis se ratificaron en junio de 1922, en la Conferencia de Zaragoza.

pestaña con vela

 

El despacho de Lenin estaba amueblado con sobriedad. Todo lo superfluo había sido descartado. Un grandioso mapa de Rusia; alguno más pequeño de otros países: una mesa de trabajo abarrotada de documentos y papeles; algunas sillas; unas butacas y sillones. Este era todo el mobiliario. Apareció Lenin. Sonriente nos tendió la mano que apretamos con verdadera efusión y nos sentamos frente a frente. Estaba contento, alegre, satisfecho.

—¿Estáis contento del trato que os hemos dado los comunistas?—preguntó,

—Mucho—contestamos

— Habéis tenido en todo momento atenciones y respetos que nosotros hemos sabido apreciar en su valor. Si así no fuera, si nuestra discreción hubiera sobrepasado en algún punto el límite de lo debido, os rogaríamos nos exculpaseis.

 —Nada de eso. Desde el primer momento, hemos recibido las mejores impresiones. No importa que no participéis de nuestro pensamiento, ni que no seáis uno de los nuestros. Sabemos que vuestra discrepancia de criterio os ha mantenido en todo momento alejado de ligerezas impropias de la seriedad requerida.

Haciendo una breve transición, añadió luego: —Pasando a lo interesante. ¿Podríais ampliarme algunos detalles del informe que habéis presentado a la Tercera Internacional, sobre la situación de las diferentes fuerzas políticas y sociales de España?

Le di los detalles que solicitaba y continuó:

—Es decir, que seguís rechazando la dictadura del proletariado, la centralización y la necesidad de formar en España el Partido Comunista para hacer la revolución.

—Nosotros seguimos firmes en nuestro criterio, en nuestras afirmaciones y principios.

—¿No os ha convencido la obra de Rusia?

—Lo visto en Rusia, lo observado en Rusia, y las conclusiones que sacamos del conjunto aquilatan nuestro criterio. No hemos de ocultaros que, cuando nos dirigíamos desde París aquí, una duda nos asaltaba de continuo. Ante lo desconocido, sugerido y vacilante, nos hicimos muchas veces esta pregunta: “¿Estaremos equivocados los anarquistas en los aspectos fundamentales de nuestra doctrina?“ Y no he de ocultaros el temor con que veíamos acercarse el momento de tener, acaso, que suscribir la negación de aquellas ideas defendidas por nosotros con tanto ardor y que formaron el pequeño bagaje intelectual de nuestra vida. No se renuncia sin dolor, cuando se piensa honradamente, a las ideas que nos han sido caras. Es una página que hemos de arrancar a la historia de nuestra vida. Y esas amputaciones son siempre dolorosas. Pero lo visto y observado en. Rusia han confirmado y fortificado nuestras convicciones.

—Entonces, ¿seguís creyendo que no es necesaria la dictadura del proletariado? ¿Cómo pensáis que pueda destruirse la burguesía? ¡No creeréis que pueda hacerse sin una revolución!

—De ninguna manera, La burguesía no se dejará expropiar pacíficamente. Opondrá a las acometidas del pueblo que tal intente la más feroz resistencia, y una revolución se hace inevitable. Será más o menos violenta; esto depende de la resistencia que la burguesía oponga; pero es inevitable la revolución cruenta. Ahora bien; la diferencia entre el pensamiento bolchevique y el nuestro se manifiesta a partir de este instante.

La revolución es un acto de fuerza. Esto es indiscutible. Pero la revolución no es la dictadura del proletariado. Dictadura es imposición de gobierno, de autoridad, de unos, pocos o muchos, que dispongan de todo a su arbitrio en nombre propio o colectivo, frente a otros, que deben obedecer sin replicar, so pena de sanciones y de violencias, ejecutadas por personas autorizadas para ello con mandato, con autoridad indiscutible.

Revolución no es eso. La revolución es el pueblo en armas, que cansado de soportar injusticias, de ser privado de sus derechos, de una explotación que le niega el derecho a la vida, protesta de ellas; toma las armas, sale a la calle e impone por la fuerza del número la organización social que cree más justa. En esto hay violencia; cierto; pero no hay dictadura. Claro que por una deducción arbitraria y capciosa podríase, con cierta sutileza de ingenio, llegar a unir estos dos extremos: revolución y dictadura. Pero la verdad y la realidad, que se esconde tras el valor y contenido de cada uno de esos dos conceptos, nos demostraría al instante lo artificioso de tal razonamiento y lo endeble de la argumentación.

Para mejor concretar nuestro pensamiento, es decir, para ser más explícitos, podemos sintetizar así: la Revolución es causa; la dictadura puede ser el efecto de esta causa. Confundir lo uno con lo otro, no me parece cosa fácil, cuando no se atraviesa la premeditación de una imposición directriz.

—Pero, la revolución, ¿no es imposición? ¿No se obliga a la burguesía a que abandone sus privilegios de clase?

—Cierto, que la revolución es imposición; pero la acción revolucionaría del pueblo no es dictadura. Y si se quiere sutilizar el valor intrínseco de cada palabra y de cada concepto, para sacar conclusiones favorables a una tesis cualquiera, os diré que no se la “obliga al abandono de sus privilegios”, sino que se la »desposee”, cosa que no es lo mismo.

Cuando se “obliga», es que ha habido acuerdo previo, que existe un mandato, por el cual se ordena, y cuando se ordena, se dicta; mientras que cuando el pueblo, “desposee”» no existe ni mandato, ni orden, ni acuerdo previo. Esto último, tiene valor revolucionario neto. Lo demás, no. Pero creo que es inútil sutilizar sobre conceptos.

Hablando, pues, de conceptos generales, ahora más que nunca, creemos, que la dictadura del proletariado, la organización o constitución de un Gobierno de clase —asalto al Poder, para dictar leyes a quienes las dictaban ayer—, no es indispensable en una revolución de carácter social, como la que demandan los tiempos que vivimos. Basta desposeer a la burguesía y armar al pueblo, para que esa finalidad se logre.

En cuanto a la defensa de la Revolución y sus conquistas, los mismos hechos acaecidos en Rusia, demuestran cómo el pueblo sabe defenderse, llegando al sacrificio de su propia vida. El sometimiento del pueblo subsiste por la preponderancia económica de la burguesía. Quítesele el medio de ejercer esa preponderancia, y la sumisión habrá terminado. Entréguese a los Sindicatos la organización del trabajo y la distribución de lo producido y se verá cómo la burguesía no vuelve a levantar la cabeza. Tal es nuestro criterio personal nacido de lo observado aquí, en Moscú, en Rusia.

—Veo que no hay medio de convenceros. Entonces, ¿tampoco aceptáis la centralización y la disciplina?

—Los resultados de vuestra centralización, proclaman bien claramente su fracaso en el orden político y económico. Por los informes acopiados en los diferentes Comisariados las conclusiones que sacamos de la centralización política y administrativa, son completamente opuestos a los que saca vuestro partido. El bolchevismo afirma —así lo deducirnos de los discursos pronunciados en el Congreso— que las dificultades políticas y económicas que en Rusia se producen, obedecen a falta de centralización y disciplina, y piden más disciplina y más centralización.

Nosotros opinamos lo contrario. Cuanta más centralización y disciplina impongáis, mayores serán las dificultades y más difíciles de vencer.

—Error; estáis en un error, Pestaña.

—Es posible, aunque no lo creemos. Sólo el tiempo podrá demostrarlo cumplidamente. ¡Claro que en momentos como los que vivimos, es dolorosa esta conclusión! Mas no hay otra. De todos modos, y sin entretenernos más que lo indispensable en estas cuestiones teóricas, hemos de pensar que vivimos para subvertir el régimen capitalista, y esto no se logrará si no es haciendo la revolución.

—Eso es lo fundamental. Y aunque en todos los países no tenga los mismos matices, y evitando o corrigiendo los errores en que nosotros hayamos caído, lo esencial ahora es hacer la revolución en los otros países. Emancipar al proletariado de la dictadura burguesa. Y a propósito: ¿qué concepto, como revolucionarios, os merecen los delegados que han concurrido al Congreso?

-¿Queréis que os sea franco?

—Para eso os lo pregunto.

—Pues bien, aunque el saberlo os cause alguna decepción, o penséis que no sé conocer el valor de los hombres, el concepto que tengo de la mayoría de los delegados concurrentes al Congreso, es deplorable. Salvando raras excepciones, todos tienen mentalidad de burgués. Unos por arrivistas y otros porque tal es su temperamento y su educación.

—¿Y en qué os fundáis para emitir juicio tan desfavorable? ¡No será por lo que han dicho en el Congreso!

—Por eso exclusivamente, no; pero me fundo en la contradicción entre los discursos que pronunciaban en el Congreso y la vida ordinaria que hacían en el hotel. Las pequeñas acciones de cada día, enseñan a conocer mejor a los hombres que todas sus palabras y discursos. Es por lo que se hace y no por lo que se dice, por lo que puede conocerse a cada uno.

Muchos granos de arena acumulados hacen el montón. No el montón a los granos. La infinita serie de pequeñas cosas que hemos de realizar día tras día, demuestran mejor que ningún otro medio, el fondo verdadero de cada uno de nosotros.

¿Cómo queréis, Lenin, que creamos en los sentimientos revolucionarios, altruistas y emancipadores de muchos de esos delegados que en la vida de relación diaria, obran, ni más ni menos, como el más perfecto burgués? Murmuran y maldicen de que la comida sea poca y mediana, olvidando que somos los delegados extranjeros los privilegiados en la alimentación, olvidando lo más esencial: que millones de hombres, mujeres, ni- ños y ancianos, carecen, no ya de lo superfluo, sino de lo estrictamente indispensable.

¿Cómo se ha de creer en el altruismo de esos delegados, que llevan a comer al hotel a infelices muchachas hambrientas a cambio de que se acuesten con ellos, o hacen regalos a las mujeres que nos sirven para abusar de ellas?

¿Con qué derecho hablan de fraternidad esos delegados, que apostrofan, insultan e injurian a los hombres de servicio en el hotel, porque no están siempre a punto para satisfacer sus más insignificantes caprichos? A hombres y mujeres del pueblo los consideran servidores, criados, lacayos, olvidando que acaso alguno de ellos se haya batido y expuesto su vida en defensa de la revolución. ¿De qué les ha servido?

Cada noche, igual que si viajaran por países capitalistas, ponen sus zapatos en la puerta del cuarto para que el “camarada” servidor del hotel se los limpie y embetune. ¡Hay para reventar de risa con la mentalidad “revolucionaria” de esos delegados!

Y el empaque y altivez y desprecio con que tratan a quien no sea algo influyente en el seno del Gobierno o en el Comité de la Tercera Internacional irrita, desespera. Hace pensar en cómo procederían esos individuos si mañana se hiciera la revolución en sus países de origen y fueran ellos los encargados de dirigirnos desde el Poder,

¡Poco importan los discursos que hagan en el Congreso! Que hablen de fraternidad, de compañerismo, de camaradería, para obrar luego en amos, es sencillamente ridículo, cuando no infame y detestable.

Y, por último, esas lucrativas componendas que presenciamos los que estamos asqueados de tantas defecciones; ese continuo ir y venir tendiendo la mano y poniendo precio a su adhesión, reviste todos los caracteres de la más infame canallada, de la más indigna granujería. Eso es tan bajo, ruin y miserable, como lo sería una madre que vendiera su hija para satisfacer un capricho de los más abominables e inmundos.

¿Cómo vamos a creer en el espíritu revolucionario y en la seriedad de esas gentes?

¿Que desean la revolución en sus respectivos países? Eso sí; pero quieren que se haga sin peligro para sus olímpicas personas y en beneficio exclusivo de sus concupiscencias. Naturalmente que esto no quiere decir que en el seno de los partidos comunistas y de las multitudes, por esos delegados representadas, no haya centenares de individuos de buena fe, dispuestos al sacrificio y dignos de todo respeto y consideración. Estos quedan aparte. Estas censuras no tienen más alcance que el puramente personal y en relación a los delegados concurrentes al Congreso.

Esta es nuestra opinión, sinceramente expuesta.

— De acuerdo, Pestaña, de acuerdo… aunque haya alguna exageración en vuestros juicios.

Al decir estas palabras, Lenin se puso en pie. La entrevista terminaba. Acaso abusamos de la benevolencia concedida; pero hubiera sido indiscreto por nuestra parte terminar una conversación que no sabíamos qué alcance se le quería dar. Antes de despedirnos de Lenin nos preguntó si volveríamos a Rusia al próximo Congreso,

—Procurad venir, y que os acompañen varios de vuestros amigos. Venid y estudiad sobre el terreno nuestra obra. Para entonces la situación habrá mejorado, y acaso podamos llegar a conclusiones que nos aproximen más que lo estamos hoy. ¿Escribiréis algo acerca de lo que habéis visto y el concepto que os merece?

—Es muy posible—contestamos.

—Si lo hacéis, no dejéis de enviármelo. Tendré mucho gusto en recibirlo y leerlo,

Nos estrechamos cordialmente la mano y salimos.

Una profunda simpatía y un respeto sin límites nos quedó hacia Lenin después de esta conversación. No compartíamos sus ideas, no las compartimos hoy; pero saben todos aquellos amigos con quienes hablamos de él que, al referirnos personalmente a Lenin, guardamos para él las consideraciones y miramientos a que creemos es merecedor.

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(Pestaña, Á. (1924): Setenta Días en Rusia. Lo que yo vi. Tipografía Cosmos, Barcelona; pp 183-189. Disponible en línea)

Para saber más sobre el viaje a Rusia, interesa la versión ofrecida por Joaquín Maurín.